4 abr 2014

Emulando al Torete: Aguirre a la fuga.


-Gran parte de nuestra casta política está convencida de que están por encima de la ley. Y nos lo demuestran todos los días esos hijosdeputa -decía hace un rato el Cantinero.

No se hablaba de otra cosa esta tarde en La Cantinilla (aún resuenan fuertes sus ecos en la red): Esperanza Aguirre, ex alcaldesa, ex presidenta de la comunidad de Madrid, ex ministra, ex colaboradora habitual de Caiga Quien Caiga (¡imposible olvidar su “Rincón de Espe” en donde se hacía la tonta mientras conseguía una publicidad impagable!) y a la sazón presidenta del PP de Madrid, se acababa de dar a la fuga, llevándose por delante una moto policial, haciendo caso omiso de la orden de detención de un coche patrulla, escondiéndose en su casa y mandando a los guardias civiles que tiene por vigilantes a “negociar” con los agentes que habían ido en pos de ella, después de que dos gorrillas la multasen por aparcar en el carril bus en plena Gran Vía.

Nos hemos estado imaginando el espectáculo, en una Gran Vía atestada de gente, desde el punto de vista de cualquier viandante. En principio una mera anécdota: dos agentes multando un coche aparcado en el carril bus. Seguro que habrá habido algún muchacho que acompañaba a su novia de tiendas al que, al ver de soslayo a la policía multando, se le habrá escapado un comentario del tipo “¡pero a qué gilipollas se le ocurre dejar aparcado su coche ahí!”.

Nos hemos imaginado el estruendo de la moto estampándose contra el suelo y, ahora sí, cientos de cabezas girándose a la vez a ver qué pasaba. Y lo que habrán visto es un coche blanco saliendo de allí, imaginamos que no despacio, mientras los dos agentes, algo anonadados, corrían a su vera dando golpes en la puerta para que se parase. Y el mismo muchachuelo viandante que antes hablaba de gilipollas, y que tras el golpe de la moto ya no pierde ripio, habrá empezado a pensar que ahí se cuece “algo chungo”.

Nos hemos imaginado el coche de la señorona bajando ligerito por la Gran Vía, con un coche patrulla con las sirenas a todo trapo a su vera, con un policía que desde la ventanilla le hace ademanes, suponemos que no amistosos, para que se detenga, con las motos de los gorrillas detrás, también con la sirena en ristre persiguiendo a la susodicha. Y nuestro muchacho imaginario imaginando que al tipejo ese del coche blanco se le va a caer el pelo.

Nos hemos imaginado el convoy entrando por las callejuelas de Malasaña: un coche blanco primero, y varias sirenas persiguiéndole detrás: ¡el susto que se habrá llevado más de uno! Imaginábamos gente apartándose de la calzada en plan película de Hollywood, tirándose a los lados, llevándose por delante algún carrito del supermercado con unas naranjas volando por los aires, alguna de las cuales golpea al coche patrulla detrás… Nuestro muchachuelo de la Gran Vía habrá seguido de compras sin darle mayor importancia al asunto hasta que horas después haya descubierto quién era tan peligrosa fugitiva.

Nos hemos imaginado la cara de Esperancita al entrar en su garaje, aunque en este punto disentíamos los de la Cantinilla entre si tendría una pose en plan “de la que me he librado” o en plan “¿¡¡pero qué coño has hecho, Espi!!? (también nos hemos imaginado que la señora Aguirre se llamaría asimismo “Espi”). Y la cara de anonadados de los policías, con la puerta del garaje en las narices, pensando… “se le va a caer el pelo”.

En ese momento, hemos seguido imaginando, ya estarían enteradas todas las policías de Madrid, ya habrían mandado coches de refuerzo varios cuerpos, ya estarían los zetas y algún secreta doblando la esquina… Y también ya estarían los primeros teletipos de EFE y Europa Press haciendo las primeras pesquisas acerca de “un coche que se ha dado a la fuga en la Gran Vía”. ¿Serían narcos? ¿sería alguno con dos copas de más que se ha cogido las de Villadiego? Y si así fuera, ¿por qué diablos se mete en la encerrona que suponen las calles de Malasaña?” En fin, todo interrogantes...

Y en esto… ¡los que faltaban! Va y aparece un Guardia Civil… ¡qué jaleo de uniformes! ¡qué galimatías de saludos y galones! ¡qué espectáculo para el vecindario! Empiezan a ocuparse (imaginamos) los palcos de los balcones, y en la platea, a pie de calle, se arremolina el pueblo llano, frotándose las manos con la buena opereta que allí se debe estar cociendo entre tanto machote uniformado.

Y la policía local habla con los civiles. Y los nacionales tratan de saber de qué se trata preguntando a los gorrillas, con la emisora preparada por si hay que llamar a los GEOS. Y los secretas no desaprovechan la ocasión y vigilan a ver si pillan algún carterista entre el remolino de gente. Y ya por el barrio sólo resuena un nombre: Aguirre. Y el primer teletipo, todavía algo confuso, lanza al resto del país la noticia. Y, como si del ojo de Mordor se tratase, miles de periodistas, tertulianos, tuiteros y gente llana, fijan su visión en ese punto informativo.

En ese momento, en ese primer teletipo, primer tuit, primer whatsapp… nosotros estábamos tan tranquilos en la Cantinilla hablando del Barça y su prohibición de fichar, y del Madrid y la mierda de equipo al que se enfrentó ayer. Pero desde entonces, como en el resto del país, no se ha hablado y conjeturado de otra cosa.
Y se ha hablado, como se habla en España: todos a la vez y cada vez más alto. Tras resumir y echarnos unas risas con la fuga, se ha empezado a especular el porqué de la misma:

-Imagínate –decía el Pepe, que es muy mal pensado, o muy racional, que nunca sé distinguirlos- Las cuatro de la tarde. Recién salida de alguna comilona en la que no habrán faltado mariscos y buenos caldos.

-Desde luego normal no es -gritaba otro- Si somos tú o yo ya estábamos metidos en la calabozo y la casa patas arriba del registro. Se nos habría caído el pelo.

Y así hemos pasado la tarde hasta que nos hemos quedado más en comandita y la conversación ha ido derivando, ya más pausada, a puntos más serios del caso. Ha sido entonces cuando el Cantinero ha soltado eso de “la casta política que se cree por encima del bien y del mal”.

-En este país en que los políticos nombran y manejan a fiscales, jueces y policías, ¿quiénes son unos gorrillas para darle el alto? –ha seguido diciendo- De ahí su tono entre prepotente y chulesco con lo de la “multita y bronquita”. De ahí ese escrito en su Facebook, esas llamadas a los periódicos amigos para dar su versión edulcorada de los hechos, que se dan de bruces con la denuncia presentada por la policía… Pero claro, en este caso los malos y mentirosos serán los policías. Esta vez se dudará de su palabra y de los hechos que denuncian. Esta vez no será “palabrita de Dios” la versión de la autoridad, sino que será una campaña de desprestigio organizada por vete tú a saber qué enemigo… Lo mismo hasta le echa la culpa a Zapatero.

Seguimos conjeturando con qué pasará en los siguientes días, en cómo saldrá del embrollo.

-Apuesto por la multita por aparcar en el carril bus y al cajón del olvido – presagia el Cantinero- Nada de desobediencia, nada de saltarse el control, nada de tirar la moto, nada de negarse a parar a requerimientos de la policía, nada de huir… Ya verás. Con un “lo siento no volverá a ocurrir” se arreglan todas las cagadas de los poderosos en este país.





3 feb 2014

Las páginas más brillantes de mi carrera futbolística

-Acuérdate de cuando éramos niños, de cuando jugábamos al fútbol- me dice mientras pasa la bayeta por las mesas. Es una noche intrascendente en la Cantinilla. Hace frío afuera; es una noche de esas de puro invierno seco. No se ve a nadie por la calle y en el bar ya solo quedamos el Cantinero, que va recogiendo por aquí y por allá, y yo.

-Acuérdate de aquellos campos, con porterías hechas de sudaderas del chándal… O pintadas con tiza o ladrillo en cualquier pared… Esos partidos en los descampados… en los patios delanteros de los edificios nacidos con el boom de los 60 y 70… Aquellas canchas en la escuela, de baldosas o cemento rugoso si había suerte... En esos campos, donde no había más ley que la de la botella, en partidos entre chicos del barrio elegidos a dedos, o de barrios contra barrios, colegios contra colegios, pueblos contra pueblos… Partidos en los que hordas de niños nos disputábamos la pelota como si nos fuese la vida en ello.

-No había mañana. No existía.- Le contesto. El Cantinero para de recoger un momento y me mira. Es como si él no hubiese sido consciente de que estaba allí hasta ese momento. O más bien como si no se esperase que fuese yo el que estaba ahí, como si todo este rato le hubiese estado hablando a otra persona. Prosigue colocando sillas y taburetes. En silencio.

-¡Ahí! –continúa al rato, ya tras la barra- ¡Ahí fue cuando escribimos las páginas más brillantes de nuestra carrera futbolística! ¡Ahí fue donde metiste aquel gol de chilena aquella tarde en aquel descampado…! ¡Ahí fue cuando te calzaste 5 goles en un partido contra un rival directo de la liga local…! ¡Ahí cuando con un escorzo imposible dejaste sentados a dos tipos y te fuiste derechito a la portería, aunque el cabrón del Cani falló tu pase medido...! ¡Ahí jugaste de delantero un partido bajo la nieve contra los chicos de un barrio que hasta daba miedo pronunciar su nombre, zafándote con los defensas, escuchando todo tipo de insultos, disputando cada balón…!

Yo me pongo a recordar aquél campo de tierra del colegio, no muy grande, donde con 12 o 13 años metí un gol desde el centro del campo. Recuerdo perfectamente la situación, el portero, allá a lo lejos (o al menos a esa edad me lo parecía), adelantado, y yo sin pensármelo dándole a la pelota con todas mis fuerzas. Recuerdo ver el balón yendo como a cámara lenta, salvando al portero y entrando por mitad de la portería… ¡Con qué satisfacción dormí ese día!

-Yo una vez metí un gol desde el centro del campo- le digo, satisfecho, al Cantinero – puede que sea el gol más bonito de mi vida…

-El mío fue de remate de cabeza en plancha, en un partido de fútbol sala. ¡Yo, que siempre he tenido miedo de dar con la cabeza al balón…! Ese día me llegaba de un córner a media altura. Yo estaba casi fuera del área. Vi llegar la pelota y me vi a mí mismo lanzándome de cabeza hacia ella, rematándola bien para mi sorpresa, y entrando limpiamente junto al palo izquierdo del portero. Siempre me acordaré de ese gol… Jugábamos contra los chicos que venían a nuestro cole los fines de semana, a echar unos partidos con los que estábamos allí… Aún me acuerdo de alguno de ellos, pero no logro recordar quién era el portero ese día... ¡Qué habrá sido de aquella gente, de aquel portero!

Apuro la cerveza pero aún me estoy un rato ahí, sentado. El Cantinero comienza a contar las monedas de la caja. Le hago un ademán y sale a abrirme fuera. Quita el candado, recorre la verja y mientras ya camino calle abajo, prosigue.

-Imagínate esos goles grabados en HD, desde cien puntos de vista. Retransmitidos como los partidos de ahora con todo lujo de detalles. Haciéndote un seguimiento mientras te zafabas de los defensas. Pudiendo ver la expresión de tu rostro mientras rematabas aquel balón, o tu cara de incredulidad cuando entraba… Me imagino mi plancha en el aire, grabada con una cámara súper lenta, mi giro de cabeza perfecto, el esfuerzo del portero viendo que no llegaba por poco, el balón entrando casi rozando el palo, mi cara de alegría al ver que marcaba, el abrazo del equipo…


Ha ido levantando la voz mientras me iba. A punto de torcer la esquina me despido de él levantando el brazo. Oigo la verja echarse otra vez. Después, sólo mis pasos. 

26 nov 2013

Agrio lamento por Madrid y su patrimonio.



La ciudad ya no estaba sucia. Hacía días que había terminado la huelga de barrenderos y ya mucha gente probablemente ni se acordaría de ella. Y sin embargo mientras me dirigía a la Cantinilla no podía dejar de seguir sintiendo la podredumbre en la que se había ido convirtiendo Madrid. Muchos edificios del centro parecían destartalados, como si una mano decisora hubiese ido señalando bloques y estos apareciesen aquí y allá desportillados, con los muros apuntalados o convertidos en meros solares.

Iba predispuesto a verlo así, esa es la verdad. Llevaba días, imbuido quizá por el hecho de ver tanta basura por las calles, que me rondaban diversas cuestiones por las sienes, se me habían ido amontonando, y me presionaban las neuronas sin un punto de unión. Recordaba la iniciativa de un grupo de personas, (Madrid, ciudadanía y patrimonio, se llamaban)  que enseñaban y denunciaban ante todo aquel que les quería escuchar el patrimonio a punto de desaparecer de la ciudad mediante visitas guiadas. No se me iba de la cabeza la imagen esplendorosa del frontón Beti-Jai en sus mejores tiempos, y barruntaba y puteaba contra todo aquel que le estaba dejando caer, pese a su carácter de bien de interés cultural, simple y llanamente por estar en una de las zonas más golosas de la ciudad urbanísticamente hablando. Recordaba la conversación, unos días atrás, que tuve con un amigo acerca de cómo se organizaba una exposición al arquitecto Miguel Fisac, al que no hacía mucho tiempo el ayuntamiento había permitido que se derribase La Pagoda, uno de sus edificios más emblemáticos. Tampoco se me olvidaban aquellos palacios y palacetes, edificios y casonas, que mostraban a la calle su degradación y pedían por sus grietas el golpe de gracia que diera con ellos en el suelo.

Caminaba, pues, con la mente puesta en estas cosas y la mirada en los edificios que me circundaban, camino de la Cantinilla. Algo me faltaba. No entendía el porqué de tanta desidia, de tanto destrozo. Pensaba que el Cantinero tendría las palabras justas para aclararme cómo una ciudad como Madrid dejaba caer sin pudor tanta historia, tanto patrimonio. Y es que a veces acudía a la Cantinilla como quien acude a un oráculo.

Pero el Cantinero andaba a lo suyo. Despachaba desde la barra los últimos sándwiches y bocadillos y servía cervezas a algunos de los clientes habituales, que ese día andaban desperdigados por el bar. Me saludó, me puso una cerveza, y se dio la vuelta dejándome con mis quejas en la boca. Solía pasar. Cada vez que iba a la Cantinilla con ganas de hablar, él se mostraba esquivo y apenas me hacía caso. Era como si lo supiese, como si quisiera alargar ese tiempo, esa atmósfera de espera que precede a la confesión. Él marcaba los tiempos.

Sentado en el taburete, en mi esquina, seguía dando vueltas a la imagen de Madrid. Recordaba el manchurrón que le hicieron a una de sus más bonitas imágenes, la de la Almudena y el Palacio Real vistos desde el Manzanares, en forma de nosequé museo de cristales y hierros, ¡como si no hubiese suficientes edificios históricos vacios para hacerlo en otra parte!; el intento, por suerte echado atrás de nuevo en los tribunales, de crear lo que llamaban el mini-Vaticano justo detrás de la basílica de San Francisco; la cabezonería de mover el ayuntamiento al palacio de Cibeles, dejando los edificios de la plaza de la Villa, centro del poder durante siglos, vacíos de sentido; releía el artículo del El País, en el que se expresaba un lamento similar por la ciudad; y no dejaba de recordar las palabras de la alcaldesa, muy ufana ella, en las que afirmaba que, aunque se encontraran restos antiguos, la llamada “Operación Canalejas” se llevaría a cabo, dejando muy claro lo que le importaba la historia de su ciudad.

-Y luego encima se preguntan por qué cae el turismo en Madrid- me dijo el Cantinero cuando ya, por fin, se acodó frente a mí al otro lado de la barra, a escuchar mis penas.

Apenas quedaban en la Cantinilla cuatro o cinco clientes, solitarios esa noche, salteados entre la barra y las mesas de la Cantinilla.

- Lo que atrae al turismo aquí es el arte, la cultura y la historia- continuaba -El turista que viene a Madrid no es de los de borrachera fácil como el de Levante. No se le engaña así como así. Busca la capital del antiguo imperio español, conteniendo los tesoros de su pasado glorioso. Busca el arte del Prado, del Reina o del Thyssen enmarcados en una ciudad histórica.

Me habló de cómo cada uno de los recortes en cultura suponía un mandoble más al turismo de Madrid. De cómo la ciudad estaba perdiendo su esencia, su homogeneidad, su historicismo, convirtiéndose en un discontinuo de bloques históricos y edificios de nuevo cuño, en los que el ladrillo, el cemento, el cristal y el acero malconvivían rompiendo a cada paso las líneas y balconadas tradicionales de las calles.

-Hay verdaderos horrores en ese sentido. Mira la comisaría de la calle Montera o la torre de Valencia junto al Retiro. Mira el pegote de edificio que hicieron detrás de la casa de las siete chimeneas ¡que encima es la sede del ministerio de cultura! O ahí mismito el edificio del Ministerio de sanidad. A ti que te gusta andar date una vuelta y cuenta los solares que hay por Fuencarral, Hortaleza o Chueca. Las casas apuntaladas que se ven en Malasaña. ¡Por no hablar de Lavapiés! Hay zonas en Madrid que parecen recién salidas de un bombardeo.

Mientras el Cantinero enumeraba me iba tomando cuerpo la imagen de la degradación progresiva del Madrid histórico, la pérdida de identidad que conllevaba, la ruptura de la estética de la ciudad, la falta de un plan integral que salvara lo que iba quedando.

-Cualquier turista con dos dedos de frente que viene a Madrid se tiene que marchar horrorizado. ¡No vuelve más!- recalcaba.

Y seguía diciéndome que esto no era algo sólo de ahora. Que generaciones de políticos y responsables de urbanismo habían estado dando patadas al centro histórico, obviando la idiosincrasia de la ciudad, destruyendo cuanto les venía en gana sin la más mínima consideración por su patrimonio ni por su propia ciudad. Y, lo que sorprendía aún más, que generaciones de madrileños habían mirado con indiferencia lo que pasaba, habían dejado hacer sin decir nada, dando la sensación que a nadie le importaba un pimiento su ciudad. Y no sólo en Madrid. Esto pasaba en cualquier ciudad de España, a excepción de las que él llama “ciudades decorado”. Se había ido acabando con un sinfín de edificios y trazados históricos. Se había apostado por edificios nuevos y nuevos proyectos en las afueras, dejando los centros a merced de la ruina.

-Yo he visto a pie de calle echar abajo el barrio de Budierca, en Guadalajara. Destruyeron el trazado histórico de un barrio medieval para construir dos edificios de mierda. Sí, dos edificios de mierda que por muchos colorines que les pongan no son más que la descendencia bastarda de más de 1000 años historia.

Enfrascado en la conversación no me había dado cuenta que la Cantinilla se había vaciado ya. No era la primera vez que me pasaba… El Cantinero, mientras recogía, seguía hablándome de destrucción y patrimonio, de nula conciencia patrimonial de los políticos de turno, de la apatía del ciudadano por defender su patrimonio, de la necesidad de un plan de actuación a largo plazo en Madrid, de la re-creación de una ciudad convertida en centro cultural de referencia mundial que volviese a atraer al turismo…

–Y que se dejen de tantas zarandajas con Eurovegas y su puta madre.

Apuré el vaso y me despedí de Él.

Pasaban ya la una de la noche cuando salí. El barrio de las letras seguía siendo un bullicio de gente, mezcla de turistas y locales. Caminaba despacio, fijándome en las personas que se cruzaban conmigo. Distinguía el caminar lento del turista, que de tanto en tanto señalaba o fotografiaba algún detalle de tal o cual edificio, contrastando con el andar cabizbajo del madrileño, enfrascado en sus asuntos o sin levantar la cabeza del móvil. Ninguno miraba lo que le rodeaba. Al cruzar Atocha ya había hecho mías las palabras del Cantinero acerca de lo poco que valoraba el madrileño su ciudad, la herencia que le habían dejado sus antepasados: si un día tiraban un edificio y levantaban otro, muchos no se darían ni cuenta del cambio. Total, ¡qué más daba! Seguiríamos nuestro camino como burros con anteojeras, flanqueados por dos bloques, por dos muros, daba igual si eran de cemento o de sillares, si llevaban ahí puestos cinco siglos o cinco semanas.

Y fue ya entrando al portal de mi bloque, al dejar todo ese Madrid atrás, cuando caí en la cuenta que me había marchado de la Cantinilla sin pagar.


-¡Joder!- pensé –Otra vez.